Hola, me llamo José Luis y tengo 6 años. Lo digo porque ahora los niños se llaman Kevin y las niñas Letizia, y porque aquí solo escribe gente mayor.
Hoy he ido al colegio, con los mayores. Bueno, eso me dijeron, pero sigo yendo con los de mi edad. Yo creo que era para que no me quejase cuando me ha colgado mi madre una mochila llena de libros, y cuadernos, y lápices de colores, y más cosas.
Hace ya quince días, para que me fuera mentalizando, decían, fuimos a comprar las cosas del colegio, pensando que me iba a poner muy contento. Todo el mundo hablaba de lo caro que está todo y de la gratuidad de la enseñanza. Creo que lo mismo que el año pasado por estas fechas.
-¡Hay que ver!, decía mi madre cada vez que abría el bolso para pagar. – Cada año cuestan más los libros. ¿Por qué no le valen los de su hermano?. El librero la miraba con cara de mucha atención, pero seguro que estaba pensando en la puñeta que le hacen las grandes superficies con el 25 por ciento de descuento.
Hicimos una buena gira para comprar el chándal y las zapatillas, el uniforme y la plastilina. Hasta que llegamos a una tienda donde vendían mochilas. Yo había visto a los mayores, a esa clase a la que yo iba a pertenecer, cargar con estos fardos que se parecían a los que llevan los soldados en la tele. La verdad, no me gustaba ninguna, pero se empeñaban en enseñarme de muchos colores, sin darse cuenta de que no era el color lo que no me gustaba, sino las mochilas.
Hoy, he ido al colegio con mi mochila, azul clarita con fotos de un cantante con rizos que yo no sé quien es. Dentro llevaba seis libros, seis cuadernos de actividades, dos lápices – por si se me perdía uno, dijo mi madre-, una goma de nata, doce rotuladores, una regla pequeña, plastilina de cuatro colores, tijeras de las de no cortarse, una lupa- que regalaban con la caja de rotuladores-, seis pinturas de palo, un sacapuntas que me regaló mi tío, y dos cromos de Beckham, una con coletas y otra rapado.
He llegado al colegio y he visto que algunos sonreían, otros miraban a ningún sitio, y la mayoría presumía de que su mochila pesaba más que las de los demás. Yo creo que la mía era la que más pesaba, porque me duele la espalda y tengo marcas en los hombros. Pero no he dicho nada, ni me he quejado porque ayer me dijo mi padre que, como iba a ir con los mayores, ya no tenía que llorar.
Había un documental en la dos, y lo he visto con mi padre, hasta la hora de la merienda. Hablaban de unos señores que vivieron hace muchos millones de años. Me he fijado bien, y he visto que los últimos de la fila iban muy derechos –erguidos, decían, pero esa palabra todavía no la he dado. Pero los primeros iban agachados, como si buscasen algo en el suelo. Pero siempre iban agachados. Tenían unos nombres muy raros; solo sé que todos sus nombres acababan en –us, o en –ecus.
He preguntado a mi padre por qué unos iban derechos y otros no. Me ha empezado a contar una historia que no he entendido muy bien. Yo creo que él tampoco quería que me enterase de la verdad; pero yo diría que los que iban derechos mandaban más, y los otros eran los que llevaban las mochilas. Lo que no sé todavía es si llevaban tijeras de no cortarse y plastilina. Yo creo que lo que no llevaban era libro de Manualidades, ni de Religión...
Ha dicho la seño que mañana no llevemos los rotuladores, que no hacen falta. Y tampoco la plastilina roja y la amarilla. Me ha quitado un peso de encima. Bueno, al final ha venido el director y ha dicho que llevemos una carpeta con fichas de dina cinco, y folios de dina cuatro. Habla muy raro el director.
¡ Hasta otra! Y perdonen que haya empezado todos los párrafos con la “hache”, pero es la letra que hemos dado hoy en el colegio, y nos ha dicho la seño que practiquemos, aunque también ha dicho que no sirve para nada.
Hoy he ido al colegio, con los mayores. Bueno, eso me dijeron, pero sigo yendo con los de mi edad. Yo creo que era para que no me quejase cuando me ha colgado mi madre una mochila llena de libros, y cuadernos, y lápices de colores, y más cosas.
Hace ya quince días, para que me fuera mentalizando, decían, fuimos a comprar las cosas del colegio, pensando que me iba a poner muy contento. Todo el mundo hablaba de lo caro que está todo y de la gratuidad de la enseñanza. Creo que lo mismo que el año pasado por estas fechas.
-¡Hay que ver!, decía mi madre cada vez que abría el bolso para pagar. – Cada año cuestan más los libros. ¿Por qué no le valen los de su hermano?. El librero la miraba con cara de mucha atención, pero seguro que estaba pensando en la puñeta que le hacen las grandes superficies con el 25 por ciento de descuento.
Hicimos una buena gira para comprar el chándal y las zapatillas, el uniforme y la plastilina. Hasta que llegamos a una tienda donde vendían mochilas. Yo había visto a los mayores, a esa clase a la que yo iba a pertenecer, cargar con estos fardos que se parecían a los que llevan los soldados en la tele. La verdad, no me gustaba ninguna, pero se empeñaban en enseñarme de muchos colores, sin darse cuenta de que no era el color lo que no me gustaba, sino las mochilas.
Hoy, he ido al colegio con mi mochila, azul clarita con fotos de un cantante con rizos que yo no sé quien es. Dentro llevaba seis libros, seis cuadernos de actividades, dos lápices – por si se me perdía uno, dijo mi madre-, una goma de nata, doce rotuladores, una regla pequeña, plastilina de cuatro colores, tijeras de las de no cortarse, una lupa- que regalaban con la caja de rotuladores-, seis pinturas de palo, un sacapuntas que me regaló mi tío, y dos cromos de Beckham, una con coletas y otra rapado.
He llegado al colegio y he visto que algunos sonreían, otros miraban a ningún sitio, y la mayoría presumía de que su mochila pesaba más que las de los demás. Yo creo que la mía era la que más pesaba, porque me duele la espalda y tengo marcas en los hombros. Pero no he dicho nada, ni me he quejado porque ayer me dijo mi padre que, como iba a ir con los mayores, ya no tenía que llorar.
Había un documental en la dos, y lo he visto con mi padre, hasta la hora de la merienda. Hablaban de unos señores que vivieron hace muchos millones de años. Me he fijado bien, y he visto que los últimos de la fila iban muy derechos –erguidos, decían, pero esa palabra todavía no la he dado. Pero los primeros iban agachados, como si buscasen algo en el suelo. Pero siempre iban agachados. Tenían unos nombres muy raros; solo sé que todos sus nombres acababan en –us, o en –ecus.
He preguntado a mi padre por qué unos iban derechos y otros no. Me ha empezado a contar una historia que no he entendido muy bien. Yo creo que él tampoco quería que me enterase de la verdad; pero yo diría que los que iban derechos mandaban más, y los otros eran los que llevaban las mochilas. Lo que no sé todavía es si llevaban tijeras de no cortarse y plastilina. Yo creo que lo que no llevaban era libro de Manualidades, ni de Religión...
Ha dicho la seño que mañana no llevemos los rotuladores, que no hacen falta. Y tampoco la plastilina roja y la amarilla. Me ha quitado un peso de encima. Bueno, al final ha venido el director y ha dicho que llevemos una carpeta con fichas de dina cinco, y folios de dina cuatro. Habla muy raro el director.
¡ Hasta otra! Y perdonen que haya empezado todos los párrafos con la “hache”, pero es la letra que hemos dado hoy en el colegio, y nos ha dicho la seño que practiquemos, aunque también ha dicho que no sirve para nada.
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