Aquella noche intenté no dormirme como habíamos pactado en la pandilla. Desde mi camita trataba de adivinar alguna luz tras la rendija de la persiana. Trataba por todos los medios de no contar ovejas para estar despierto cuando llegasen. No pudo ser. Eso sí, al día siguiente mis hermanos y yo nos levantamos en estampida para ver los regalos: muñecas, peonzas, algunos indios y sus respectivos federales,...no había para mucho más y tampoco lo esperábamos.
Pasamos el día entero jugando con los amigos; entonces podías estar en medio de la calle sin miedo a los coches. Cuando ya se hacía de noche, Santi, uno de mis amigos de la infancia, se me acercó y me dijo:
- Ya lo sé.
- ¿Qué sabes?- pregunté sorprendido.
- Ya sé quiénes son los Reyes.
- ¿Ah, sí?
- Sí -confirmó muy seguro-, esta noche aguanté un buen rato sin dormir y vi a mis padres envolviendo los regalos.
- Fue la primera gran desilusión de mi vida.
Debo decir que ese año se me hizo muy largo, pues estaba seguro que la próxima noche de Reyes, si era necesario, la pasaría en vela.
Cuando llegó, enseguida me hice el dormido. Al cabo de una hora oí algunos ruidos de papeles y cajas. Sin duda eran ellos. Abrí la puerta con cuidado, con pisada de gato avancé por el pasillo y, efectivamente, allí estaban.
Santi no me había dicho la verdad: los Reyes eran los padres, sí; pero no los suyos, sino los míos.
Pasamos el día entero jugando con los amigos; entonces podías estar en medio de la calle sin miedo a los coches. Cuando ya se hacía de noche, Santi, uno de mis amigos de la infancia, se me acercó y me dijo:
- Ya lo sé.
- ¿Qué sabes?- pregunté sorprendido.
- Ya sé quiénes son los Reyes.
- ¿Ah, sí?
- Sí -confirmó muy seguro-, esta noche aguanté un buen rato sin dormir y vi a mis padres envolviendo los regalos.
- Fue la primera gran desilusión de mi vida.
Debo decir que ese año se me hizo muy largo, pues estaba seguro que la próxima noche de Reyes, si era necesario, la pasaría en vela.
Cuando llegó, enseguida me hice el dormido. Al cabo de una hora oí algunos ruidos de papeles y cajas. Sin duda eran ellos. Abrí la puerta con cuidado, con pisada de gato avancé por el pasillo y, efectivamente, allí estaban.
Santi no me había dicho la verdad: los Reyes eran los padres, sí; pero no los suyos, sino los míos.
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