martes, 7 de mayo de 2013

De gustos y disgustos

Los tres cerditos del cuento hicieron sus casas sin tener en cuenta el entorno, sin contar con Medio Ambiente y sin la aprobación de los grupos ecologistas. Claro que, así corrieron suerte bien distinta y las nefastas consecuencias de tal falta de planificación, en dos de los casos, son harto conocidas.
La ficción, a más que lo intenta, nunca supera la realidad. Nos envuelve en su magia y nos permite acceder a estas curiosidades que, en el desarrollo de nuestra civilización, jamás alcanzaremos a descifrar, pues ni siquiera nos permitimos el lujo de trasladar sus símbolos a nuestro contexto. Más que nada para no salir malparados.
Tenemos el privilegio de equivocarnos, “Errare humanum est”, y sobre nuestros errores asentamos los principios ciertos de la sociedad de mañana. Erramos, pero en la conciencia de errar está  la posibilidad de crecer.
Hay quienes piensan que “sobre gustos no hay nada escrito”, quizá porque con el aforismo heredaron la impunidad de equivocarse una y otra vez y además vanagloriarse de ello.
Podemos asegurar que sobre gustos se han escrito bibliotecas enteras. Almacenes de libros algunas, sin vida, y pulmón de cultura las más, donde locos y aventureros pasan horas y horas intentando discernir sobre gustos y colores. Los mismos locos que son capaces de entender que los gustos cambian, que el futuro es de los bohemios que, estando en las nubes, contemplan el mundo desde arriba. Saben que la vida es un devenir de cambios y circunstancias que se nos escapan. Y sin embargo han aprendido que, si bien los gustos son mutables, esto no significa que hayamos de dar una mano de pintura sobre lo que cualquiera entiende que son los cánones del bien, del esplendor y de la belleza heredados de la razón de los siglos.
Intentar romper un esquema fabricado durante centurias no es tarea fácil. Sin embargo, en esta tierra nuestra nos sobran pruebas. La vanguardia nos sobrepasa, arranca los velos de la ingenuidad, así la consentimos, y ella revoluciona y modifica nuestro espacio sobremanera sin decir palabra. Nos lleva en volandas  y desde su verdad y nuestra pasividad, hace y deshace a su antojo sin importar qué fue o qué será. Sin hacer caso a la memoria que, ya se sabe, una vez perdida nos obliga a volver sobre nuestros pasos. Sin pensar que esta Tierra no es una herencia de nuestros padres, sino algo que tomamos prestado a nuestros hijos, a las futuras generaciones que habrán de sufrir las incongruencias de políticas sin sentido, más ancladas en la vanagloria de unos pocos que en el bien de todos.
Ya habíamos sufrido la inevitable contemplación de verdaderas composiciones de mal gusto en numerosas localidades de la provincia, donde se intenta conjugar la historia con la subjetiva apreciación de una mal entendida tendencia siglo XXI.
Lo que le está sucediendo a nuestro Mercado Grande es una anécdota más a sumar en este maremagno de veleidades donde prevalecen más intereses que los puramente artísticos. Y se echa de menos el respeto a un entorno, a una historia que en una ciudad Patrimonio de la Humanidad – con mayúsculas-, merece más esmero y, en consecuencia, más consideración.
La amplitud del espacio de la principal plaza nos permitía un sinfín de posibilidades. Se daban las circunstancias más favorables para hacer o deshacer, para mantener la magia de la ciudad medieval o para romper moldes definitivamente. Un buen ejemplo de trasgresión de la norma, concepto no muy bien entendido en nuestro tiempo.
Así, nuestro antiguo mercado se va convirtiendo por esa original mezcla en una “Patinaje Square”  que, entre inauguración e inauguración, va tomando la extraña forma que conjuga el pasado de la piedra con el futuro del acero y el cristal. Todo ello para emular tantas otras plazas – Murcia, Ciudad Real...-, donde ya antes se abrió la caja de Pandora y emergieron seres tan extraños que asustan al visitante y enervan el alma de quien las contempla, quedando éste dividido dependiendo del punto cardinal al que dirige la mirada.
El paseante de la ciudad amurallada podrá a partir de ahora recrearse con los restos de aquella ciudad del medievo, y al propio tiempo con la ciudad que vio crecer a sus hijos en las estilizadas líneas de un nuevo Kursaal que, como Narciso, está más a gusto mirándose en el Cantábrico que tierra adentro.
Como se reseña en este diario, la polémica está servida. Porque emulando a Sor Juana Inés de la Cruz alguien pensó: “Si de mis mayores gustos/ mis disgustos han nacido,/
gustos al cielo le pido/ aunque me cuesten disgustos”.
Mal defenderemos nuestro pasado, nuestra historia, con estos flacos favores que la economía impone y daña sobremanera la personalidad de una ciudad, de un pueblo, de una cultura tejida en el tiempo. 
Así esta Castilla nuestra que, diría Machado, desprecia cuanto ignora, se desvanece mientras suenan alegres las gaitas en tantas fiestas de pueblos castellanos, o los cuerpos se contonean al baile de sevillanas en cualquier rincón de nuestra rica y diversa provincia. Signos todos de cultura abierta y en aras de enriquecerse de cuanto viene de fuera. Lo que es loable y nos hace plurales, absorbiendo corrientes y tendencias que nos llenan y divierten, nos encandilan y cultivan. Pero al tiempo restan un hueco a lo autóctono, y se arrinconan dulzainas y se evaporan fiestas ancestrales, y los pueblos miran sus fiestas desde la psicodelia de grupos musicales que no son lo que parecen ni, a veces, parecen lo que son. Así, en esa desproporcional inversión, se ahoga la fiesta popular, la tradición, la riqueza de una tierra que poco a poco observa cómo se evade el pasado en un futuro por demás incierto, donde no cabe lo propio y, a la vez, flaco favor se hace lanzando fuegos de artificio que aparecen y desaparecen  dejando solo la imagen perecedera de su rastro.
Sabemos, por experiencia, que el sabor de la sidra no es el mismo a este lado del Puerto de Pajares. Demos al tiempo lo que es del tiempo, y no restemos a Ávila ni un ápice de su belleza labrada, ahora que se asoma tímido San Vicente y la muralla se amanece acogedora a varios kilómetros, carretera de Salamanca, si bien ya van apareciendo pequeñas sombras que deslucen esa majestuosidad.
En mi humilde entender y subjetiva opinión, no me queda más que decir a quien corresponda:
¡ El gusto es suyo!
 
 
Javier Sánchez Sánchez
“”Diario de Ávila”. 11 de diciembre de 2002. Parece que fue…hoy.

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