viernes, 12 de abril de 2013

Ávila, amurallada de amor


Desde los perpetuos heleros de Gredos en el Sur, hasta llano morañego que se recoge entre las provincias de Salamanca, Valladolid y Segovia, la provincia de Ávila es plural en parajes, paisajes y paisanajes.

“Tierra de santos y de cantos”, en el corazón de la Península Ibérica, se nos ofrece una tierra áspera, recia, que se agranda en la distancia, nos confunde en el horizonte y nos invita, en lo más alto de la Meseta Central, a la quietud y el recogimiento.

Nos acercamos desde la vertiente Sur del Duero, encontrando las tierras de la Moraña –tierra de moros- donde el mudéjar se enmaraña con retazos de cada siglo de nuestra historia. Un triángulo histórico y espiritual abraza esta tierra llana y sobria: Arévalo, que desde su castillo entre el Adaja y Arevalillo es centinela de las horas y los siglos; Madrigal de las Altas Torres, cuna de Isabel la Católica; y Fontiveros, que viera nacer al más grande de los poetas en castellano, Juan de la Cruz, santo y místico universal que nos lleva en su noche oscura, al amparo de la llama de amor viva a los recodos donde se halla “la fonte que mana y corre aunque es de noche”.

Ávila, la ciudad más alta de la Península, de frío cálido, es en palabras del poeta Muñoz Quirós, “un corazón con forma de muralla”. Corazón abierto, que guarda en su interior conventos y palacios, iglesias y casonas que nos llevan en cualquier dirección a la vida de Teresa de Jesús, andariega, fundadora y rebelde. La imagen desde los cuatro postes quedará estampada en nuestra retina y volverá de cuando en vez devolviéndonos a nuestra infancia soñadora de castillos y caballeros, reyes y princesas.

Es la ciudad “donde se escucha el silencio”, “donde una puerta se cierra otra se abre”, y estos tópicos, cuando nos adentramos en el recinto amurallado se hacen realidad al sumergirnos en la paz y el retiro medieval que se nos ofrece.

Desde la Tierra de Pinares hasta El Barco de Ávila, parajes más abruptos nos muestran otra provincia diferente, envuelta entre montañas, empapada del Alberche y el Corneja, que se va difuminando hasta alcanzar Gredos. Y allí, ante esta otra muralla natural, quizá desde la reserva natural de Iruelas o desde Peñanegra, nos vemos invitados a descubrir la cara sur, un edén entre las provincias de Madrid, Toledo y Cáceres, donde la naturaleza se recrea y nos ofrece los más variados frutos y un paisaje especialmente iluminado. Recorremos el cauce del Tiétar y descubrimos a nuestro paso el encanto de las balconadas en Mijares o Pedro Bernardo, las Cuevas el Águila en Arenas de San Pedro o, en la frondosidad, el camino que desde Guisando nos invita a escalar el cielo de los Galayos.

Es Ávila, historia y presente, recogimiento y aventura. Es una gastronomía variada, desde el cochinillo arevalense a los vinos de Cebreros, las judías de El Barco y el cocido sanjuaniego. Es esa isla interior que, por encontrarse tan dentro nos resulta desconocida, más habituados a los viajes exóticos, a las costas y grandes ciudades del mundo. Se me antoja esta provincia indispensable para quien quiera conocer su pasado, embebecerse de una parte de su historia y regresar a ella para comprender mejor su presente.

Paso ineludible y posada de caminantes, Ávila “Patrimonio  de la Humanidad”, nos convoca a una cita con nosotros mismos.
                                                                                                Javier S.Sánchez. Revista "Embolics" del SAP del Baix Llobregat.

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