martes, 23 de abril de 2013

Viejo libro

 Pasan las horas muertas
sobre el viejo libro
y la mirada, sin pausa,
siente las viejas hojas
pasar.
El silencio de las pausas
es genuflexión
a las páginas que ha dejado
manchadas de historia
la historia misma.
Y el polvo de los años,
solapado,
borra los intentos que,
apenas tampoco fueron
propósitos de enmendar
los caminos polvorientos.
Te duermes, viejo amigo,
en mis manos tersas
de poeta, de paje,
de ogro, de duendecillo.
Manos que no fueron manos,
manos que fueron suspiros,
y noches, y días,
y quedaron en el camino.
Porque la vida se escribe
paso a paso
y se lee como un poema
lleno de nostalgias, sueños,
infiernos y paraísos.
Se ciega el espíritu
en cada rincón,
la memoria se evade
en cada recodo
buscando la cenicienta
casi siempre del amor.
Mientras,
cegador el astro rey,
compañero de la aurora,
acompaña los latidos
de la savia germinante.
Otra vez, silencio,
de la luna que ilumina
humildemente el pasado,
de un soplo que quiso ser
algo más que una palabra,
de aquellos que se quedaron
musitando su canción,
del beso de unos labios
a la nada en un adiós.


Y tú,
el eterno traductor
del pasado incuestionable,
del futuro que no es,
vas dibujando el boceto
del presente que quizá
llegará tal vez mañana
al tiempo de despertar.
Las campanas doblarán
por un día en que segaron,
los anónimos del tiempo
los acordes de la vida.
Quedará sólo una lengua,
una mirada, un cantar.
Mis manos,
sobre tu eterno discurso,
jirones de piel tornarán
desembozando la historia
de la historia misma.
Javier S. Sánchez, 1984
                               "Búsqueda". Revista de educación, nº 0.1993.

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