jueves, 25 de octubre de 2012

Sentencia ejemplar

El juez estaba a punto de leer la sentencia. El acusado, un rapaz de ocho años con algún diente de menos, el pelo alborotado y las rodillas, que asomaban bajo el pantalón corto, llenas de magulladuras. Impasible a cuanto sucedía en la sala, no cesaba de mirar a unos y otros con la misma curiosidad con que Robinson auscultaba la isla tras el naufragio.
Nadie había conocido jamás un espía tan joven. Su error, vigilar desde el viejo chopo el trabajo de Mario, el pastelero. No había duda, la pena debería ser ejemplar.
El letrado presentó las últimas alegaciones.
Entre tanto, el juez pidió al culpado que se aproximase al estrado. Le tendió la mano y le ofreció algo. El crío noto en su palma el tacto de las gominolas, se las arrebató de las manos y salió como un cohete.

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