De todos modos, es sabido que el Zapardiel siempre ha causado problemas de insalubridad a la "Villa de las Ferias": dice López Ossorio (cronista de la villa en el siglo XVII que a Medina "la baña, o, por mejor decir, la infecta el riachuelo Zapardiel". Unas veces por la ausencia de una corriente (de agua regular que limpie el cauce); y, otras, por culpa de las periódicas avenidas destructivas (documentadas desde 1435): a pesar de su escaso caudal, este "aprendiz de río" sufre, cada cierto tiempo, esas riadas que destruían todo lo que había en la vega; después, el agua se estancaba en zonas de represamiento provocando insalubridad y enfermedades.
Ya en 1490 se encauzó el río para evitar ciénagas y fangos. Las obras no sirvieron de mucho, pues, fue necesario repetetirlas tras las inundaciones de 1591. Pero las avenidas se repetían y, con ellas (o sin ellas), los mortíferos efectos del estancamiento del agua corrompida no dejaban de sentirse. En el siglo XVI las Reales Carnicerías de Medina del Campo (en plena edad dorada de la ciudad) soltaban todos sus desperdicios al río: hablamos de una ciudad que en aquel tiempo tenía 20.000 habitantes y que el edificio en cuestión esta en el centro urbano, no a las afueras, podemos hacernos una idea del problema).
Era tan habitual el paludismo, o las fiebres tercianas, que no se les daba importancia; hasta que, en 1788 provocaron 252 muertes (una cifra muy superior a la de nacimientos). Ese mismo año la crecida fue tal, que la plaza mayor se convirtió en una laguna, y sólo se salvaron las viviendas del cerro de La Mota (ya prácticamente abandonado). Algo parecido ocurrió en 1956, cuando muchas calles de la villa se anegaron. La última gran avenida del río tuvo lugar en diciembre de 1997: aunque el caudal no llegó a salirse de madre, la Villa estuvo toda una noche en vela y alerta.
La escasez de caudal se debe, en parte, al carácter semiendorreico de muchas zonas de la campiña. Por eso, lagunas de la tierra eran abundantes, de una importancia biológica incalculable, pero, intermitentes, descuidadas o convertidas en vertederos y, algunas de ellas, dentro del propio casco urbano, eran poco saludables, y los médicos medinenses dieron cuenta de ello en numerosas peticiones al consitorio[3]. El desecado y terraplenado de esos, llamados "lavajos" es muy antiguo (desde el siglo XVI), pero aún hoy, en el siglo XXI siguen las quejas sobre los malos olores que desprenden los que quedan. A principios del siglo XX, cuando Medina estaba mucho más deprimida que en su época de esplendor leemos este documento[4]:
"Medina del Campo, ciudad de seis mil habitantes, nunca ha tenido agua limpia hasta que, por casualidad, se ha acertado hace poco con un pozo artesiano. Fue en sus tiempos la primera ciudad de Castilla y hoy es poco más que una aldea..." (Julio Senador Gómez, Castilla en Escombros, página 128)
Y es en 1925 cuando se hace la primera obra exitosa del encauzamiento del río, renovada en el siglo XXI, ya que el ayuntamiento de Medina del Campo, inscrito en la Agenda Local 21 (que, como se sabe, pone especial énfasis en la calidad de vida de los ciudadanos y el ambiente natural) entre sus actuaciones, destaca una controvertida obra para encauzar el Zapardiel a su paso por la ciudad (por valor de 2.523.000 €) y la construcción una Depuradora de aguas que evita que los residuos urbanos viertan en el río directamente. Sin embargo, la ausencia de agua en el cauce impide su natural recuperación. Aún es pronto para juzgar la eficacia de estas y otras iniciativas.
Ya en 1490 se encauzó el río para evitar ciénagas y fangos. Las obras no sirvieron de mucho, pues, fue necesario repetetirlas tras las inundaciones de 1591. Pero las avenidas se repetían y, con ellas (o sin ellas), los mortíferos efectos del estancamiento del agua corrompida no dejaban de sentirse. En el siglo XVI las Reales Carnicerías de Medina del Campo (en plena edad dorada de la ciudad) soltaban todos sus desperdicios al río: hablamos de una ciudad que en aquel tiempo tenía 20.000 habitantes y que el edificio en cuestión esta en el centro urbano, no a las afueras, podemos hacernos una idea del problema).
Era tan habitual el paludismo, o las fiebres tercianas, que no se les daba importancia; hasta que, en 1788 provocaron 252 muertes (una cifra muy superior a la de nacimientos). Ese mismo año la crecida fue tal, que la plaza mayor se convirtió en una laguna, y sólo se salvaron las viviendas del cerro de La Mota (ya prácticamente abandonado). Algo parecido ocurrió en 1956, cuando muchas calles de la villa se anegaron. La última gran avenida del río tuvo lugar en diciembre de 1997: aunque el caudal no llegó a salirse de madre, la Villa estuvo toda una noche en vela y alerta.
La escasez de caudal se debe, en parte, al carácter semiendorreico de muchas zonas de la campiña. Por eso, lagunas de la tierra eran abundantes, de una importancia biológica incalculable, pero, intermitentes, descuidadas o convertidas en vertederos y, algunas de ellas, dentro del propio casco urbano, eran poco saludables, y los médicos medinenses dieron cuenta de ello en numerosas peticiones al consitorio[3]. El desecado y terraplenado de esos, llamados "lavajos" es muy antiguo (desde el siglo XVI), pero aún hoy, en el siglo XXI siguen las quejas sobre los malos olores que desprenden los que quedan. A principios del siglo XX, cuando Medina estaba mucho más deprimida que en su época de esplendor leemos este documento[4]:
"Medina del Campo, ciudad de seis mil habitantes, nunca ha tenido agua limpia hasta que, por casualidad, se ha acertado hace poco con un pozo artesiano. Fue en sus tiempos la primera ciudad de Castilla y hoy es poco más que una aldea..." (Julio Senador Gómez, Castilla en Escombros, página 128)
Y es en 1925 cuando se hace la primera obra exitosa del encauzamiento del río, renovada en el siglo XXI, ya que el ayuntamiento de Medina del Campo, inscrito en la Agenda Local 21 (que, como se sabe, pone especial énfasis en la calidad de vida de los ciudadanos y el ambiente natural) entre sus actuaciones, destaca una controvertida obra para encauzar el Zapardiel a su paso por la ciudad (por valor de 2.523.000 €) y la construcción una Depuradora de aguas que evita que los residuos urbanos viertan en el río directamente. Sin embargo, la ausencia de agua en el cauce impide su natural recuperación. Aún es pronto para juzgar la eficacia de estas y otras iniciativas.
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