De verdadera epopeya puede conceptuarse el viaje de Arévalo a Fontiveros.
Unas catorce horas de tardanza a pie, en tren y en automóvil. Y de Arévalo a Fontiveros hay unos veintitrés kilómetros. Pero el pueblo yace abandonado en plena paramera sin carreteras transitables, sin comunicación con el mundo civilizado.
Habría que exclamar a gritos: « ¡Españoles, he ahí la obra de todos nuestros gobernantes!». Pero nadie escucharía esa voz de pena y rabia. Sonreirían los viejos políticos tras su mesa de bufete, atestada de líos, injusticias y enredos.
Henos en Ávila. Es noche de nieve y ventisca. La ciudad teresiana se siente más santa que nunca con sus blancas tocas adornando los afilados pilares góticos, las bárbaras y recias fortalezas y los amarillos caserones de piedra cerrados dramáticamente, el silencio y la soledad de ronda, cogidos del brazo.
Es el amanecer cuando el auto se pone en marcha. A un lado y a otro de la carretera se ven los pueblecitos casi aplastados bajo la nevada, sobresaliendo
de la amplia sábana las torres lugareñas como dedos anunciando la existencia de los seres humanos. Por fin entramos en Fontiveros, cuando la gente se aglomera ante la iglesia, en espera de las autoridades.
Celébrase misa pontificial, oficiando el señor obispo de la diócesis. El sermón corre a cargo del P. Gregorio, carmelita, hijo del pueblo. Su verbo elocuente nos muestra la doble personalidaddel Santo, místico y poeta. Acto seguido de la misa, el señor obispo coloca
a la bella imagen de San Juan de la Cruz la pluma de oro regalada por doña Cristina Blázquez.
En lugar preferente tomaron asiento el señor gobernador, D. Casimiro Hernández,
representando a la Diputación provincial; el señor Zahonero, que representa al Ayuntamiento de la Capital; D. Salvador Jiménez, por la junta diocesana; D. Pablo Hernández, D. Teodoro Capitán, D. Edilberto Valverde y D. Exuperio Zurdo, todos ellos autoridades locales.
A la una y media se celebra el banquete en la escuela municipal, presidiendo el señor obispo, señor gobernador y el alcalde de la villa. El almuerzo estuvo muy bien servido y la organización admirable.
Por la tarde se celebró el solemne final de la fiesta religiosa, predicando el R.P. Cipriano. La procesión resultó un poco deslucida por el mal tiempo.
En los actos religiosos actuó parte de la Capilla de la Catedral abulense.
En el Casino Venecia hubo animado baile, y sesión de cine en el Salón de Florencio García.
A causa del pésimo temporal, asistió poca gente forastera, pero reinó la más cordial alegría entre todos los paisanos del Angélico Doctor.
En este segundo Centenario de la Canonización del Santo poeta, la villa de Fontiveros ha sentido una profundísima alegría espiritual. La glorificación del excelso hijo la ha llenado de un santo amor de madre, sincero y sentido, lleno de emociones únicas.
Fontiveros, «la Corte de la Moraña » ―como le llaman los labriegos de este rincón castellano― es un relicario más en el yermo angustiado de Castilla, como Madrigal, como Coca, como tantas villas y pueblos llenos de glorias y grandezas, pero desmoronados, olvidados, empobrecidos, quietos aún en el remanso doloroso de un atraso injusto.
Estas villas y estos pueblos son como esos sabios, cargados de cruces y diplomas
que mueren casi en la miseria, oyendo una continua letanía de alabanzas, pero sin que una mano prócer les tienda una merced dorada para hacer sus últimos años dignos.
La Llanura nº 4
2 de enero de 1927
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